Se necesitó la reiterada insistencia del empresario Bartolomeo Merelli y de su suegro Antonio Barozzi para convencer a Giuseppe Verdi, que aún no tenía treinta años de componer la música para el “Nabucco”, la obra que abriría las puertas de su fama y de su éxito. Estamos en el 1840 y Giuseppe Verdi está en el apogeo de una profunda crisis existencial agravada por la muerte de su esposa Margherita a la edad de 26 años. Está a punto de abandonar definitivamente la música. Su segunda ópera, “Un giorno di regno”, se presentó en el Teatro alla Scala de Milán el 5 de septiembre de 1840, el cual fue un fiasco completo. “O funciona o sará un fracaso”, pensó el compositor de Parma, preparándose para componer la música de Nabucco. Es difícil imaginar su tensión el día del lanzamiento, aquel 9 de marzo del 1842 el teatro milanés está abarrotado. Entre el público se encuentra nada menos que Gaetano Donizetti (1797-1848), un monstruo sagrado del drama italiano, autor de obras inmortales como “Lucia di Lammermoor” o “Elisir de amor”. Al finalizar la obra, cuando cae el telón, explota el teatro. El éxito es extraordinario. En el mismo año, Nabucco se repetía 65 veces más y todavía hoy es una de las óperas más representadas en el mundo.
Rivista “Adesso” Febrero 2019