La reactivación de los pueblos italianos (los fomosos “Borghi” ) empieza por la necesidad de vivir en la naturaleza y de conciliar cada vez más la familia y tiempo libre con el trabajo de siempre. Un relanzamiento sostenido por las reglas sobre el distanciamiento, dictadas por COVID-19, hasta ayer inconcebible en una sociedad dedicada a la urbanización agresiva. Del encierro hemos aprendido a restaurar la mente y el espíritu en la naturaleza, trabajando desde el jardín o desde el balcón de una segunda casa o de una casa alquilada, mirando a la montaña o al mar, el lago o las colinas verdes. Si estas ubicaciones están equipados con wifi y conectados desde infraestructuras como estaciones y aeropuertos.
En Italia, el 72% de los más de 8 mil municipalidades italianas, cuenta hoy con menos de 5 mil habitantes. Dispersos por todo el territorio nacional hay aldeas en la cuyas calles solo quedan recuerdos de los que vivían antes, casas descascaradas, cuartos abandonados que las telarañas han hecho propios. Hasta 2,381 municipios, de los 5,383 pequeños centros en riesgo, están en avanzados estado de negligencia y el resto son despoblados, muchos en la zona de los appenninos. Un patrimonio histórico que puede redescubrir la vida gracias a las nuevas tecnologías digitales, que te permiten vivir y trabajar en estas pequeñas realidades.
“Estamos trabajando en el mapeo de los pueblos con el Politécnico de Milán y estamos abriendo una colaboración con el Touring Club”, menciona el arquitecto Stefano Boeri, para entender si se pueden hacer proyectos piloto. Pensamos en situaciones hasta un máximo de 60 kilómetros de un centro urbano o de un aeropuerto. Estamos en detalle de estudiar la situación específica en Val Trebbia, donde para pequeñas ciudades en fase de abandono, se podrían firmar contratos de reciprocidad con la ciudad de Milán. El tema es establecer una acuerdo de colaboración entre grandes ciudades y pueblos históricos para encontrar nuevos equilibrios. “El modelo es francés, dónde fue aplicado por ejemplo a Brest”, menciona el arquitecto.
Una forma de reubicar la vida urbana por períodos más largos de un fin de semana y diluir la presencia en las oficinas de la ciudad. Entre los ejemplos virtuosos, el de Badalucco en Liguria. “Mi familia es originaria del país, donde a lo largo de los años 90, algunos jóvenes vuelven a centrarse en el cultivo del olivo y llamando a los artistas a trabajar la ceramica.” Hoy es un ejemplo de éxito. Entre los ejemplos de recuperación virtuosa, también está Castelfalfi, propiedad del grupo Tui, un pueblo medieval renacido con su antiguo esplendor. “Hemos renovado los edificios existente con refinamientos de lujo”, dice Gerardo Solaro del Borgo, Director de Toscana Resort Castelfalfi. Ahora hay apartamentos, dos hoteles y cancha de golf pero hemos mantenido su valor agrícola. Hacemos el vino, e involucramos a los propietarios y a los huéspedes del hotel en la vendimia, producimos trigo y hortalizas. Allí la posición de Castelfalfi ha disminuido su éxito: la estructura se encuentra cerca de Florencia, Pisa y Siena; tiene un aeropuerto a la par e infraestructura de servicios. “Estos pueblos no tienen por qué perder el valor agrícola con el que nacen” -añade-, “pero tienen que traerte tecnología, wifi y la fibra optica, porque la gente necesita estar conectada”. El pueblo fantasma no está muy lejos de Toiano, de origen medieval, de años ochenta deshabitados. Aquí la venta es menos viable porque la propiedad se distribuye entre varios particulares. Mientras que el cercano pueblo de Villa aletta fue comprado por un grupo estadounidense pero aún no está renovado. “Las regiones ricas en pueblos son Umbría y Toscana” – continúa Solaro Del Borgo -, “como el interior de Liguria”.
Fuente: Il Sole 24 Ore, 23 de agosto 2020